Las vestales eran sacerdotisas consagradas a la diosa Vesta y constituian una excepción en el ámbito de la religión romana, ya que el mundo sacerdotal estaba compuesto casi por entero por hombres.
Estas sacerdotisas debían ser célibes, de buena familia y de gran hermosura. Las jóvenes eran seleccionadas entre los seis y los diez años de edad, y su servicio como sacerdotisa duraba treinta años. Diez años dedicados al aprendizaje, otros diez al servicio, y los últimos diez dedicados a la instrucción de las nuevas vestales. Durante estos treinta años debían permanecer célibes, y en caso contrario el castigo suponía ser enterrada en vida, ya que la sangre de las vestales no podía tocar la tierra.
Además de otros privilegios, las vestales podían absolver a un condenado a muerte si se encontraban en el camino de éste al cadalso y se demostrase que el encuentro había sido casual.
El templo de Vesta era uno de los más venerados de Roma, ya que Vesta, diosa del fuego y del hogar, estaba considerada como la protectora de la ciudad. Su culto fue creado por el segundo rey de Roma, Numa Pompilio.
El templo era circular, sobre un podio de 15 metros de diámetro y estaba rodeado por 20 columnas. En su interior no había ninguna imagen de la diosa, sólo se conservaba siempre encendido el fuego sagrado.
La casa de las vestales era la residencia de las sacerdotisas en Roma. Era un palacio situado al lado del templo, en el foro, configurado por tres plantas y 50 habitaciones alrededor de un atrio alargado con dos piscinas. En el pórtico estaban las estatuas de las vestales máximas de la orden, situadas cada una sobre un podio donde se detallaban sus virtudes.